Del desahucio a la vida normal


Ferran Pujol, en la sede de la ONG que dirige, Hispanosida.
Foto: Manu Fernández


Público
1 DE DICIEMBRE, DÍA MUNDIAL DE LA LUCHA CONTRA EL SIDA

Del desahucio a la vida normal
Ferran Pujol, director de la ONG Hispanosida, explica su larga convivencia de 20 años con el VIH

AINHOA IRIBERRI - Madrid - 30/11/2007 22:40
Ferran Pujol (Reus, 1959), director de la ONG Hispanosida, cree que se infectó con el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) a finales de los 70. Cuando los primeros casos de sida se declararon en EEUU, Pujol vivía en Amsterdam, una ciudad en la que la sexualidad se trataba con más normalidad que en España.
Por esta razón, además de escuchar hablar del sida en los círculos gay, (Ferran no oculta su homosexualidad), y según explica, se podía encontrar información hasta en las oficinas de correos, donde había folletos que advertían de que la nueva enfermedad podría ser de transmisión sexual.
Antes de conocer a gente afectada por el sida, Pujol escuchó testimonios de seropositivos en la televisión. Esto le llevó a pensar que él podía ser un objetivo, a pesar de que ya entonces vivía con su pareja, con el que lleva 24 años.
Explica que de joven vivió en una “cierta y lógica promiscuidad” y que, en esa época, nadie utilizaba preservativos. Ferran no sabe ni quiere saber si fue su novio quien le transmitió el virus o viceversa.
En 1984, cuando el virus se aisló, vivía entre Holanda y España, y empezaron a estar disponibles los primeros test: “Cuando decidí hacerme la prueba, todos nos desanimaron a mi pareja y a mí, hasta los médicos. La gente me decía que qué más me daba saberlo si no había solución posible”.
En el año 86, la curiosidad y el hecho de conocer ya a gente afectada le condujeron a hacerse la prueba en un centro especializado en enfermedades de transmisión sexual.
El diagnóstico fue un mazazo: a pesar de que los médicos eran reacios a hablar de fechas, se le dio una esperanza de vida de entre año y medio y dos años. “Cuando dijeron que me iba a morir, me dejo de interesar casi todo excepto el VIH”, comenta.
La primera persona a la que se lo dijo fue a su pareja. A sus padres, prefirió no darles la noticia, no por miedo al rechazo, sino porque, al no haber solución, no quería arruinarles la vida: “Al final, comprendí que prefería explicárselo estando sano que desde la cama de un hospital”.
Viaje de despedida
En esos años, Pujol recuerda que pasó por las muchas fases: frustración, rabia, impotencia, tristeza y resignación. Su pareja y él dieron la vuelta al mundo. Fue un viaje de despedida “muy triste”, explica.
A pesar del diagnóstico, no se abandonó y decidió ponerse en manos de los mejores profesionales. Escuchó hablar del Hospital German Trias i Pujol y de un joven especialista, Bonaventura Clotet, ahora uno de los máximos expertos en el VIH, que se convirtió en su médico tras superar muchos trámites burocráticos.
En el año 87, surgió el primer tratamiento que parecía detener al virus, el AZT. Pujol no se sometió a él inmediatamente, ya que, aparte de un herpes simple, estaba sano: “Mi médico me decía: ‘Si te tratamos ahora que no tienes síntomas, puede que no tengamos nada para cuando enfermes’”.
Así, en el año 89, empezó con la terapia, que compaginaba todavía con su trabajo como publicista, que mantuvo hasta el año 91, cuando hizo de la lucha contra el VIH-sida un compromiso total. “Los primeros años, ahí no cobraba ni dios y me mantuve gracias a una pensión familiar que me daban con el esfuerzo de todos”.
Los tratamientos que ha tomado están subvencionados por la sanidad pública. Su intención en el activismo era clara: darle la vuelta al estigma. “Quise darle en Catalunya un nombre al VIH”. Entendió que viajar era fundamental, ya que en España “todo estaba aletargado, mientras que fuera había cosas en las que estar”.
Mientras tanto, su participación en ensayos clínicos era constante, hasta el punto de que no sabe en cuántos ha estado. “Cuando, en el 96, se anunció en el Congreso de Sida de Vancouver el nacimiento de los inhibidores de la proteasa [los antirretrovirales que revolucionaron el tratamiento de la enfermedad], yo llevaba dos años con ellos”.
Más de 20 años después del diagnóstico, su día a día es bastante normal. Toma tres fármacos diarios en cinco comprimidos, que tolera sin problema. La carga viral es indetectable y casi visita más a su médico por los casos de otros compañeros que por el suyo. Sin embargo, huye de la autocomplacencia como de la peste y cree que queda muchísimo por hacer. No hay duda de que no pierde el tiempo.